Los que esperan – Miguel Torres López de Uralde

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Los que esperan - Miguel Torres López de UraldeHablar sobre la pérdida y la muerte es complicado, incluso se corre el riesgo de caer en lo melifluo y banal. Miguel Torres López, sin embargo, consigue hablar en «Los que esperan» sobre la difícil situación de un hombre que asiste a la desaparición de su padre, agonizante en un hospital.

Lo que hace de esta novela algo diferente, una obra especial, es el peculiar tratamiento que el autor hace del protagonista. No hay concesiones al dolor ni al arrepentimiento: el narrador (que cuenta la historia en primera persona) es un hombre que se ha alejado de su padre por una decisión personal y madura. Lejos de su Málaga natal, en Madrid, forma una familia con una mujer a la que ama, aunque en ocasiones se encuentra desubicado con respecto a ella. En realidad, este protagonista se encuentra muy desubicado en general, lo cual me parece un gran acierto por parte del escritor, ya que esa voz narrativa confiesa una y otra vez sus dudas, sus temores y su ignorancia.

Quizá lo que uno espera encontrar en un libro de estas características es, a priori, una interpretación más o menos sentimental de la muerte y todo el proceso que se desencadena a su alrededor. No obstante, Miguel Torres obvia esos elementos fáciles y manidos para adentrarse con mejor fortuna en la inestabilidad que el hecho de la muerte genera. El protagonista, como digo, no añora a su padre, no siente su inminente pérdida, sino que se pierde entre el marasmo al que le precipitan sus emociones. Su desconcierto se hace patente en la figura de Camacho, un hombre que ha perdido a su hijo en un accidente de automóvil y que, incapaz de asumir ese hecho, visita el hospital a diario como si aún estuviera allí ingresado.

El narrador y Camacho entablan una relación curiosa, de indiferencia a ratos y de comprensión en otros momentos, pero tanto uno como otro son personajes fuera de lugar, inestables, que se empeñan en buscar algo que no podrán alcanzar. En el caso del viejo Camacho es una venganza que, aunque a su merced al final del libro, está más allá de sus posibilidades, puesto que en su fuero interno sabe la pérdida de su hijo como irreparable; en el caso del protagonista, la imposibilidad es la de comprender a su padre, comprender la relación que les mantuvo unidos antes de su marcha.

Esa incomprensión de la realidad, que comparten ambos personajes, marca la historia de «Los que esperan». De hecho, es su rasgo más definitorio e importante, porque el autor pone de relieve la dificultad de tender lazos entre las personas, incluso en los momentos más duros, y también de comprender nuestro destino, el azar que gobierna nuestras vidas. Tanto una cosa como la otra se antojan imposibles: el narrador, por ejemplo, parece incapaz de mantener una conexión emocional con su padre, a pesar de que no le odia e incluso admira la vida que ha llevado; sin embargo, esa comprensión, de tipo más racional, no es suficiente para que se entable otra, de tipo emocional, que permita al protagonista amar a su progenitor, como la sociedad y las costumbres impondrían. El contrapunto a esta figura es la de Luisa, su mujer, una persona que se guía por normas, decretos y poses. Sus actitudes ante la vida son contrapuestas, ya que ella acepta todas las responsabilidades que van llegando, mientras él permanece impasible ante los cambios, como el de su futura paternidad:

En realidad no me gustaba la idea de convertirme en padre o, por lo menos, no todavía. […] Pensar en tener hijos era igual que plantear la posibilidad remota de contratar un seguro de vida o un plan de pensiones, un punto diminuto y casi imperceptible en el horizonte de nuestra existencia.

Así, el narrador-protagonista se vislumbra como un personaje incorrecto, alejado de las normas sociales y con un punto de irreverencia. Torres consigue, no obstante, trazar esa figura sin hacerla parecer impostada, sin atribuirle opiniones extremas y haciendo de él, en definitiva, un protagonista atractivo.

Por poner un pero al libro diría que la narración se alambica un poco en lo que se refiere a la superposición de historias: el narrador conoce de primera mano la desgracia de Camacho, pero la forma en la que se entera de su desenlace (gracias a la aparición de otro personaje), o la relación que se entabla con la antigua asistenta de su padre, parecen traídas por los pelos. Sin embargo, esto no es óbice para disfrutar de la lectura de «Los que esperan», que me ha parecido un libro singular por su forma de abordar cuestiones manidas alejándose de tópicos y adoptando una visión desacostumbrada.

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