Hace poco hablábamos de los libros de pensamientos y apuntes personales y de la relativa importancia que podÃan tener para un público más o menos general. «Oigo girar los motores de la muerte» podrÃa adscribirse a esa categorÃa, aunque sea mucho más Ãntimo y —hasta cierto punto— peculiar que otros que hayamos tratado en esta página.
Este libro puede parecer una genialidad total o el cuaderno de un ciclotÃmico pasado de vueltas: vaya eso por delante. Y es que Roger Wolfe tiene algunos momentos de lucidez asombrosa, y otros de un ensimismamiento asocial absoluto. A uno le parece que éstos últimos son mas una pose que una verdadera confesión literaria, pero no hay duda de que la concepción del mundo («el mundo de los hombres», como el propio autor subraya) de Wolfe es, por decirlo suavemente, desesperanzada.
Sin embargo, su visión acerca del hecho de la escritura es lúcida, inteligente y feroz. Se muestra especialmente corrosivo y ácido en lo que se refiere a la literatura española, expresando unos juicios que, aunque salvajes, son más enjundiosos de lo que pudiera parecer; pocas veces habré leÃdo opiniones tan contundentes y que reflejen la realidad con una total claridad:
La mayorÃa de los escritores de este paÃs llevan como mÃnimo cien años de retraso con respecto a los tiempos. Y no es que esto sea una carrera, ni que en arte haya realmente «progreso», puesto que no lo hay; pero yo creo que el escritor debe ser ante todo un hijo de su tiempo. Los mejores lo son. Y los mejores de entre los mejores se adelantan a su tiempo. Lo que no cabe es que un escritor se atrase con respecto a su tiempo, pero eso es justamente lo que ocurre en España, donde no sólo se atrasan con respecto a su tiempo, sino que además presumen de ello.
Si por algo se distingue Wolfe es por una capacidad de observación muy aguda; analiza su entorno, los comportamientos y actitudes de las personas con una frialdad cuidadosa, pero humana. Quizá por eso, porque es visible el sentimiento que se esconde tras el escritor mordaz y vitriólico, los apuntes en los que se muestra más anti-sistema, más «respondón», no son tan brillantes: parecen más una máscara de enfant terrible que otra cosa.
El hombre verdaderamente libre es el que se puede permitir el lujo de no hacer ni puto caso. Y ese envidiable privilegio suele serle concedido a los mediocres, a cuyo son se han visto obligados a bailar casi todos los grandes hombres de la historia.
De los tres apartados en los que se divide «Oigo girar…» (que son los distintos años en los que están redactadas las notas: 1997, 1998 y 2001), el más interesante es el primero; los otros dos, más breves, tienen menos enjundia intelectual y se demoran en un mayor número de anotaciones de carácter personal o reflexivo —donde se entrevé la pulsión poética del autor—. Esto conduce a una pequeña reflexión acerca de los libros que reúnen anotaciones, pensamientos, recuerdos o divagaciones: su relativa pertinencia. Obviamente, el que un escritor opte por una publicación de este jaez es tan válido como otra cosa; Wolfe, por ejemplo, denomina a este tipo de recopilación «ensayo-ficción», dado que es evidente que las notas de libros asà no siempre se ajustan a la realidad: el autor se toma libertades para inventar datos, o para modificar sus sentimientos a la hora de reflejarlos. Ahora bien, aun cuando el lector sepa que lo que tiene entre manos es un conjunto de apuntes sin demasiado orden, lo que sà espera es que contengan ‘algo’: un sentimiento, un mensaje, una opinión. «Oigo girar los motores de la muerte» se acerca, en ocasiones, al mero diario personal; a un diario sin mayor interés para el que lee, puesto que algunas notas son puro desahogo emocional, quizá idóneas para un libro de poesÃa, pero que no cuadran tanto en éste.
Con todo y con eso, sólo por las pequeñas perlas como la que he citado más arriba merece la pena leerlo. Y es que los momentos deprimentes de Roger Wolfe pueden ser prescindibles, pero sus reflexiones son muy agudas; y lo que es más: esenciales. Y no sólo las que versan sobre literatura, ojo…
Más de Roger Wolfe:
Roger Wolfe es uno de los pocos poetas españoles (él, que no lo es) que no hacen concesiones. Su honradez literaria es estremecedora. Lean su recientÃsima antologÃa publicada por Renacimiento. Es un magnÃfico recorrido por sus poemarios, y uno se da cuenta de que su trayectoria, desde los primeros libros, los más desgarradores, hasta lo último, es de una coerencia implacable. Es un poeta de culto, con seguidores incondicionales. A mà su poesÃa (y su prosa, que es parte de lo mismo), siempre me zarandea y me deja descamisado. Ahora bien, reconozco que es un sentimiento bastante metafÃsico, bastante irracional.