Quédate donde estás – Miguel Ángel Muñoz

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Quédate donde estás - Miguel Ángel MuñozPara todos los aficionados al relato breve y a la literatura en general, el blog El síndrome Chéjov no será ningún descubrimiento. Hace ya unos años que su autor, Miguel Ángel Muñoz, se descubrió con su primer libro de relatos, homónimo de su bitácora. Cuando lo reseñamos aquí comentamos que su autor gustaba de jugar con la tradición y era muy eficaz a la hora de armar sus narraciones, si bien quizá la primera características lastraba algunos de los textos.

“Quédate donde estás” es su segunda incursión en el género del cuento. En esta ocasión, el tiempo, la madurez y la experiencia se dejan notar en sus textos, haciendo del libro un conjunto más homogéneo y, en general, de mayor calidad. Hay piezas realmente notables, como ‘Vitrubio’ o ‘Los niños hundidos’, donde Muñoz ostenta un dominio de la narración exuberante, con una contención y una atención por los detalles excepcional.

Además, la concepción del volumen, muy cuidada, contribuye a mantener un ritmo narrativo medido: relatos largos combinados con textos brevísimos, de apenas una página. En los primeros es donde el autor desarrolla, quizá, las historias más importantes, más «literarias» o enjundiosas, mientras que en los segundos se permite el humor, la irreverencia o el homenaje. (Y no hay que dejar de señalar que esos tributos se rinden sin apego a las jerarquías: lo mismo da Salinger, que sus lectores del blog, que Carver…)

Entre los textos largos cabe señalar, como dijimos, ‘Vitrubio’: un texto que coquetea con el misterio y la fantasía, que nos sitúa ante la tragedia del creador y su constante lucha por la perfección. Es éste un cuento pergeñado con maestría, con un crescendo climático urdido con mucha habilidad y que, amén de jugar con los clásicos del horror (léase Poe, sin ir más lejos), propone una lectura inmisericorde acerca del éxito del artista.

Quizá esa planificación, esa adscripción a la formalidad de tiralíneas, a la elección del recurso conveniente, es el talón de Aquiles de este libro. Miguel Ángel Muñoz es un narrador más que competente, que sabe dar salida a la poética literaria sin necesidad de estilismos desgastados o novedosas reinterpretaciones de los maestros, con una imaginación florida. No obstante, y a pesar de esta última característica, parece conceder poco espacio a la improvisación; algo así como un exceso de seriedad, de normativismo: un prurito de rigurosidad cuentística. Esto hace que el desenfado o la espontaneidad asomen sólo en contadas ocasiones: por ejemplo, en los textos breves, como decíamos antes. Y tal vez sea en ellos donde asoman las mejores virtudes del autor como cuentista: ironía, genio, inventiva y sabiduría.

Con todo, está claro que la madurez estilística y formal de Muñoz se evidencia en todos los textos y que el resultado global queda por encima de su primer libro. Vean, si no, relatos como ‘Los niños hundidos’, ejemplo soberbio de imaginería poética dentro de un contexto onírico y con un fondo amargo y casi brutal; cuento de excelente factura y de mejor ejecución, donde la insinuación y la sutileza marcan el ritmo de la lectura. No tan admirables, aunque sí estupendos, son ‘El reino químico’ (una suerte de relato de iniciación adolescente donde se introduce también la eterna lucha del hijo contra el padre y sus equívocas consecuencias), ‘Hacer feliz a Franz’ (un kafkiano homenaje a la indómita voluntad de creación del ser humano) o el que da título al libro (una confesión tácita del egoísmo inherente a la especie y un fiel reflejo de la fugacidad de toda pasión adolescente). Y no podemos dejar de mencionar los microrrelatos que se espigan dentro del volumen: ‘Quiero ser Salinger’, un enunciado que encierra un reconocimiento al genio; ‘Ácaros’, o el precio que hay que pagar por el amor a la literatura; ‘Jabón de Marsella’, un retrato entre fiel y amargo de la más evidente realidad; o ‘Vaivén’, dedicado a los lectores de la bitácora y homenaje a grandes cuentistas.

En suma: “Quédate donde estás” refleja la evolución de Miguel Ángel Muñoz como narrador y da cuenta de su madurez dentro del género del relato. Puede que aún se halle encorsetado por su afán estilístico, quizá por la búsqueda de una voz propia y definida, pero no cabe duda de que este segundo libro es un salto adelante muy interesante.

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