Permítanme una pequeña perorata inicial. Hay libros que, como hemos comentado en numerosas ocasiones, nos «llegan» por alguna razón que trasciende lo formal, lo estético, lo cuantificable (¿acaso se puede medir el talento…?); libros que nos conmueven por alguna característica sutil y esquiva, pero palpable mientras leemos. Algo, en fin, que nos parece especial, pero que somos incapaces de traducir en palabras y nos conformamos con sentir al pasar las páginas.
Sidecar, de Alberto Lema, es uno de esos libros. Lo más probable es que no pase a la historia de la literatura, que no se le otorgue demasiada importancia en ninguna de esos suplementos autodenominados culturales, que no lo encuentren en su librería dentro de un mes (o ya mismo, en realidad). Y es una lástima, porque es un libro que merece mucho la pena; un libro que no sólo deberían disfrutar los lectores, sino también todos los escritores que entablan sus particulares batallas con la forma sin caer en la cuenta de que la naturalidad y la honestidad son los pilares del estilo. Lema no es Proust, ni Bernhard, ni Faulkner, pero no aspira a serlo: se toma su papel de autor con seriedad y cuenta la historia que quiere contar, sabiendo que detrás de sus personajes hay algo más, algo que nos concierne a todos porque, qué demonios, todos sentimos las mismas cosas ante determinadas situaciones. Y esas situaciones compartidas, esas vivencias, son lo que refleja de manera vivaz Alberto Lema. Sí, hay diálogos que suenan peliculeros, protagonistas que bordean el cliché… pero, por alguna razón, todo parece real. Todo es tan cercano, tan sólido y conocido como si de nuestras propias vidas estuviésemos hablando.
He ahí el quid de la cuestión. La frescura, la naturalidad o la viveza son cualidades muy difíciles de conseguir en la literatura; el estilo nos cautiva o nos horroriza, pero aunque nos enamore es evidente que no tiene por qué ser natural. Alberto Lema no hace gala de un estilo pulido ni mucho menos: trabaja sobre la oralidad, sobre la fuerza de la historia que narra, sobre la voz de un narrador que acompaña y muestra al lector desde un discreto segundo plano. Discreto, pero poderoso, porque los dos narradores en primera persona de estas dos novelas cortas transmiten un aire exuberante y fresco, ostentan una fuerza literaria que convence y que transforma dos historias que juegan con muchos tópicos (iniciación sexual, enamoramiento, independencia juvenil) en dos mayúsculas lecciones de humanidad.
¿Por qué humanidad? Porque, a pesar de los temas manidos, a pesar de los patinazos estilísticos o a pesar de las convenciones, el autor nos muestra de forma descarnada y sincera el interior de las almas de dos personas tan sencillas y complejas como cualquiera de nosotros. Mario, el protagonista de la primera historia, «Las muertes pequeñas», se enamora de una chica en la que deposita unas expectativas que ella no puede sino defraudar. El amor como esperanza y como dominio, como pasión y como compromiso; nada tan simple, pero también nada tan complicado. La aparente seguridad de Mario dejará paso (gracias a la sutil narración de Lema) a una inocencia desencantada que revelará, cómo no, al adolescente inmaduro y sensible que se esconde tras las apariencias. «El síndrome Rubens», el segundo relato, nos presenta a otro joven, Chano, obsesionado por las mujeres «grandes» (elijan ustedes el término más políticamente correcto que se les ocurra); a través de una serie de recuerdos asistimos a su iniciación sexual y amorosa con distintas amantes. Casi una suerte de tratado de las pasiones, lo que hace de este texto algo especial es su confesión final: a pesar del contenido sexual, de su libertina apariencia o de su honestidad sentimental, Chano acaba sus memorias de raíz cuando conoce a Sara, la que parece la mujer de sus sueños. Y es que, como él mismo confiesa en el epílogo, con ella descubre el sentido de la intimidad: su rebeldía ante las convenciones (su pasión por las obesas, su renuencia al compromiso) se desmorona cuando descubre el auténtico amor. El que nos silencia.
Sidecar es un libro enternecedor y honrado, que no epatará a ningún lector, pero que conmueve sin necesidad de artificios ni malabares. No crean que eso es algo común.
Más de Alberto Lema:
Estoy muy interesada en leer Sidecar, de Alberto Lema. Tiene mucha coincidencias con los gustos de mi padre, que tambien se llamaba Alberto Lema. Vere si puedo conseguirlo en Buenos Aires, Argentina, que es donde yo vivo.
Cordialmente
Blanca Nélida Lema