Una venus mutilada – Germán Gullón

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Una venus mutilada - Germán GullónLa reflexión que propone el autor en este libro no puede ser más necesaria: el replanteamiento casi desde las raíces de la labor de la crítica literaria y los derroteros por los que debería transitar. Germán Gullón ya expuso sin demasiados ambages la comercialización de la literatura y la crítica en «Los mercaderes en el templo de la literatura«, pero ahora se centra en los críticos para tratar de poner sobre la mesa la necesidad del cambio.

En pocas palabras, la idea principal del autor es que la posición de la crítica dentro del mundo literario se ha devaluado hasta extremos vergonzantes. Una actividad que debiera ser independiente, atrevida y abierta de miras se ha transformado en otra cosa bien distinta; hoy día, los críticos se han postrado ante el mercado y se han dejado arrastrar por las actitudes eminentemente comerciales de los grandes grupos (se pueden incluir aquí a las editoriales poderosas, a los organismos oficiales y a los popes del mundo del libro y la cultura). El espacio cultural contamina el ejercicio de la crítica haciendo que ésta pierda su papel de referente, de guía o de exégeta, roles que el lector de a pie demandaba en sus tiempos, aunque también quede ahora perdido en la jungla de los premios, las conferencias, los centenarios, las ponencias…

Vivimos críticamente desorientados […]. Hay que repoblar el panorama con habitantes de carne y hueso, porque de lo contrario la cultura verbal perecerá encajonada entre un concepto pasivo de la literatura, como un instrumento oficial de adorno, oficialista, y el comercialismo. La mayoría de los autores parecen más a gusto ejerciendo de cabezas parlantes en las mesas corridas de tertulias y presentaciones o en el paraninfo, que abasteciendo a la sociedad de ideas y de espejos donde mirarse.

Según Gullón, el crítico fue en el pasado el encargado de airear las novedades literarias, posicionarlas en público y comentarlas para que el lector pudiera hacerse una idea cabal de lo que merecía o no la pena; en nuestros días, la crítica sólo se dedica a «trompetear lo favorecido y denostar lo que le disgusta». Las opiniones valerosas han desaparecido, bien por una sumisión evidente o por el estrangulamiento de los medios culturales. Ese estancamiento cierra las puertas a la entrada de unas nuevas generaciones de escritores que puedan revitalizar la literatura; no sólo de autores jóvenes, sino de autores que introduzcan cambios relevantes y necesarios en la manera de ver el mundo, en la forma en que la literatura mira, refleja y encara la realidad social. No se da salida a libros que hagan pensar, que, como se suele decir, remuevan conciencias, porque la maquinaria crítica al servicio del poder sólo publicita lo archisabido, lo archiconocido y lo archiacomodaticio.

Ojo, porque Germán Gullón no se engaña acerca de los éxitos recientes de libros tipo «La sombra del viento» o «El código Da Vinci»; el autor los sitúa en su justo lugar, que es el de la literatura de entretenimiento: aquélla que no exige nada del lector, que no le pregunta nada porque sólo ofrece diversión y distracciones. Como tales, estos ejemplos son la cumbre de ese tipo de literatura, pero no van más allá. Según el autor, la crítica no debe rehuir hablar de este tipo de obras, sino ejercer su labor (es decir, la crítica cultural) y emplazarlas dentro del mapa literario.

También arremete Gullón contra la falta de independencia del crítico. Mientras que antes se abordaba el ejercicio de la crítica desde una posición independiente y sin filiaciones ni banderías, ahora parece indispensable la pertenencia a un grupo, a una red que sustente y otorgue credibilidad, apoyo o seguridad; así, los enfrentamientos entre partidarios de una u otra tendencia (distintos medios de comunicación, revistas de ideologías contrapuestas, etc.) se suceden sin tregua, mientras que sus aportaciones a la labor cultural escasean sin remedio.

El autor dedica unas líneas para expresar su desencanto con la crítica que se realiza en los nuevos medios, blogs y páginas web, ya que la tilda de amateur y le achaca superficialidad. Obvia, no sé si de forma consciente, el hecho de que esa crítica suele tener un alto grado de independencia comparada con la tradicional, amén de dirigir su atención sobre el lector, algo fundamental y que el mismo autor reconoce como indispensable. En todo caso, y ya que no considero necesario entrar en polémicas, sí creo que existen sitios en internet donde la labor crítica se ejerce con seriedad y con vocación cultural, algo que ya quisieran para sí muchas publicaciones tradicionales. La formación de esos comentaristas 2.0 puede no estar a la altura de la de los colaboradores de medios impresos (y no daría abasto para enumerar las excepciones, como se pueden imaginar), pero seguro que lo estará con el tiempo, dado el desarrollo del medio. Lo que me parece cierto, y aunque Gullón no lo menciona sí que lo insinúa, es que los defectos que se exponen en el libro acabarán por afectar también a la web; la extensión (cuantitativa y cualitativa) del soporte terminará por dar cabida a los problemas que hoy día sólo aquejan a los medios tradicionales. Será entonces cuando el dilema sea mayor, y su resolución —quizá— mucho más complicada.

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