Cuánto habría que decir sobre Viajes de Gulliver y sus casi infinitas lecturas… Hace años que uno deseaba leer una versión completa del libro —después de haber disfrutado en la niñez de ediciones abreviadas—, pero fue hace poco cuando cayó en mis manos la preciosa edición de Galaxia Gutenberg, con sus ilustraciones marcadamente infantiles (aunque no del todo inocentes), pero de un efecto imaginativo desbordante.
Jonathan Swift nos regaló la crónica del médico Lemuel Gulliver, que cuenta en este libro los cuatro grandes viajes que le llevaron de un extremo a otro de la geografía y gracias a los cuales (más bien a sus desventuradas circunstancias) conoció culturas muy diferentes… y exóticas. Quizá los dos primeros sean los más conocidos, por haber sido los más mediáticos: el viaje a Liliput, el país habitado por gente diminuta, y el que condujo al protagonista a Brobdingnag, la tierra de los gigantes. También son, cierto es, los más proclives a ser infantilizados debido a los rasgos de los nativos que encuentra Gulliver. No obstante, el propósito de Swift al escribir el libro era ridiculizar a la sociedad a la que pertenecía —la inglesa, aunque todo lo que aparece en la novela se pueda hacer extensivo a cualquier nacionalidad—, y tanto los liliputienses como los gigantes (permítanme no emplear el gentilicio) sirven a ese deseo. Así, la gente de Liliput ejemplifica la necedad de los imperios y de los gobernantes, capaces de entablar guerras por motivos peregrinos o por simple odio injustificado. En este caso concreto, el conflicto entre los liliputienses y sus vecinos de Blefuscu estalla debido a las diferencias sobre el método a emplear… para cascar un huevo.
El caso de Brobdingnag es muy interesante, ya que Swift pinta al pueblo de gigantes como un ejemplo de sentido común, de gobierno justo y de sabiduría; el hecho, por cierto, de que en el país la gente sea de un tamaño desproporcionado —mientras en Liliput se daba el caso contrario— no es casual, sino una obvia (y quizá deslucida) metáfora sobre la categoría moral que otorga la práctica de la política a los hombres. Las charlas que el soberano del país tiene con Gulliver son muy ilustrativas en este sentido, y algunos pasajes son tan bellos como pertinentes:
Reducía este Rey el arte de gobernar a los límites muy estrechos del sentido común y la razón, de justicia y clemencia, y a la pronta resolución de causas civiles y penales, aparte de otras cuestiones obvias no dignas de mención. Y en su personal opinión pensaba que aquel que pudiera hacer crecer dos espigas o dos briznas de hierba en una superficie donde antes sólo crecía una, merecía más gratitud del género humano y prestaba un servicio más esencial a su patria que toda la casta de políticos reunida.
Parece un hecho capital el que el protagonista de Viajes de Gulliver tenga que huir de Liliput, mientras que de Brobdingnag parta debido a un «accidente». Y el tercer país que visita, Balnibarbi, con su rey sobrevolando sus dominios en una isla voladora llamada Laputa, es la continuación lógica en la progresiva ilustración de los comportamientos humanos en cuestiones de política y convivencia. En la isla volante los cortesanos pasan sus días en un estado de meditación constante; tal es su ensimismamiento, que deben ir acompañados de unos sirvientes (espabiladores, en palabras de Gulliver) que se encargan de darles golpes para que ‘regresen’ a la realidad y presten atención a lo que les rodea; no obstante, las cuestiones sobre las que ejercen tanta reflexión son tan absurdas que no tienen la menor incidencia en la vida cotidiana. En el país de Balnibarbi los despropósitos son absolutos: el narrador visita la Gran Academia de la capital, en la que cientos de sabios se dedican a pergeñar inventos que, en lugar de mejorar las condiciones de vida de los habitantes, complican innecesariamente sus tareas. Huelga decir que en esa visita se cuentan algunos de los momentos más hilarantes del libro.
Tras unas cuantas paradas en algunas otras regiones, Gulliver se embarcará en su cuarto y último gran viaje, que le conducirá hasta la tierra de los Houyhnhnms. El narrador pone un énfasis especial en su encuentro con esa raza de caballos parlantes, que le causan una hondísma impresión, y que no podrá olvidar mientras viva. Aunque la metáfora es obvia (caballos que se comportan como personas, que atesoran una dignidad y un sentido común fuera de lo normal y que tienen a los humanos —a los que denominan yahoos— como seres salvajes e inferiores), Swift se cuida de cargar las tintas en el sentimiento tan profundo que provoca en el narrador su contacto con los houyhnhnms, y no de evidenciar las hirientes diferencias entre la manera de conducirse de los caballos (que ni siquiera tienen palabras o expresiones para designar la mentira y el engaño) y la de los seres humanos que Gulliver conoce.
Al igual que ocurría en el caso del país de Brobdingnag, aquí también saltan a la vista las comparaciones entre las repúblicas ideales que pinta Swift y la cruda realidad que era la sociedad del XVIII; sin embargo, mientras en el país de los gigantes la intención era ridiculizar el comportamiento humano, en el de los caballos lo que leemos es casi un lamento: un planto por lo que se podría haber conseguido y se ha desperdiciado, una queja por la mezquindad y la injusticia social. Y no habría que olvidar que Swift era partidario de los tories, el partido conservador inglés.
Viajes de Gulliver es una lectura fascinante por su contenido, aunque su forma haya perdido vigencia con el paso del tiempo; el estilo de novela de aventuras queda supeditado, como no podía ser de otra manera, a la intención admonitora del autor, que no desaprovechaba su púlpito para exponer sus teorías políticas. Sin embargo, el humor, la ironía y la rabia que rebosa Swift (en la mejor tradición irlandesa) son unas bazas inigualables para dotar al libro de un ritmo ligero que hace olvidar los momentos más tediosos —por expositivos o argumentativos— y logra provocar curiosidad al lector. Algo muy meritorio después de casi tres siglos.
mas largo el libro no me gusta leer
Disfruté mucho leyendo este libor hace unos pocos años. Es bueno lees estos clásicos que nos creemos saber de memoria, porque no, no los conocemos profundamente hasta que los leemos por nosotros mismos.