Habrá quien no esté de acuerdo, pero uno piensa que ya no es posible escribir novelas como La guerra de las mujeres; esa combinación de rigor histórico, ritmo narrativo y calidad estilística sólo podía darse en un tiempo en el que la lectura era un placer tranquilo, reposado, que llevaba horas de felicidad. Hoy día la narrativa avanza (si es que lo hace) por otros caminos más vertiginosos y movedizos, lo cual impide que textos como éste puedan tener cabida.
Dicho esto, cualquiera podrá entender que esta novela se encuadra dentro de la tradición decimonónica más clásica; no en vano su autor, Alexandre Dumas, tiene el honor de ser el creador de la inmortal Los tres mosqueteros y representante de una tradición romántica que alcanzó con él cotas de una calidad inigualable. Por tanto, lo que encontramos en La guerra de las mujeres es una trama viva, ágil y compleja que nos introduce en el desarrollo de unos acontecimientos muy bien definidos dentro del marco histórico que el escritor toma como referente.
La novela se centra en las aventuras de tres personajes: Claire de Cambes, joven noble al servicio de la princesa de Condé durante la rebelión de la Fronda; Nanon de Lartigues, partidaria de Ana de Austria; y Louis de Canolles, aguerrido soldado que cambia de bando por amor. Entre estos tres protagonistas se teje una historia de pasión, guerra y acción que atrapa al lector de principio a fin y que ofrece un desarrollo que bien puede ser la envidia de cualquier autor de best-sellers de hogaño.
La capacidad de Dumas para crear atmósferas y situaciones brilla aquí en todo su esplendor; las aventuras de los tres personajes, y de las docenas de secundarios que les rodean, se suceden a ritmo vertiginoso, manteniendo siempre la coherencia y sin caer en episodios «de relleno» o en escenas que rompen la cohesión formal. La guerra de las mujeres es un libro de entretenimiento, qué duda cabe, pero escrito con un pulso firme y un prurito de calidad literaria que lo aleja de la mera literatura de ocio. Los personajes, por ejemplo, aunque marcadamente dibujados (Canolles valiente y honorable; Claire abnegada y resuelta; Nanon osada e intrigante), tienen una idiosincrasia verosímil y no pecan de una dimensión única; tendemos pasiones desatadas y acciones valerosas en extremo, sí, pero siempre dentro de un contexto muy humano y con las dudas que todo ello acarrea.
Las relaciones entre los tres protagonistas, aunque manidas, muestran bien claro este punto: Canolles oscila entre ambas mujeres, pero en todo momento somos conscientes de sus resquemores, de sus tropiezos y de sus errores: hay cierto componente plano (hablamos de una novela del siglo XIX y de entretenimiento, no lo olviden), pero el resultado es encomiable. Claire y Nanon son presentadas con dobleces, con fisuras: ambas son resueltas y valerosas (cada una a su manera), pero también son apocadas o sensibles en alguna ocasión. Todos los personajes tienen algo de plano, sin duda, pero todos ellos son deliciosamente cercanos.
La guerra de las mujeres es una obra entretenida, intensa, rigurosa en el apartado histórico y, sobre todo, placentera. Una serie de características que por separado pueden parecer banales, superficiales, pero cuya conjunción hace de esta novela un libro de altura. Dénse un gustazo y léanla.
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