Dice Carlos Pujol en la presentación de La búsqueda del absoluto, refiriéndose a las descripciones minuciosas hasta el límite (así como casi todo tipo de detalles a lo largo del libro) con las que se inicia la novela, que «…a nuestra acelerada época le cuesta comprender el tempo lento de la manera de narrar del siglo XIX, que refleja otro ritmo vital». Venga esto a colación porque, en efecto, en este libro de Honoré de Balzac se puede ver esa pasión por el detalle que dominaba el realismo de principios del siglo XIX y que se reflejaba con mayor intensidad, si cabe, en la obra del gran autor francés.
La búsqueda del absoluto nos enfrenta con la historia de una obsesión: Balthazar Claës, ilustre caballero de una familia holandesa de noble linaje, comienza a dedicarse a la química con un fervor desatado por especulaciones relacionadas con la alquimia. Poseedor de una gran fortuna, dilapidará sus riquezas con el paso del tiempo, llevando a la muerte a su mujer, angustiada por la progresiva monomanía de su esposo, y a la ruina al resto de su familia; su decidida hija mayor, Marguerite, conseguirá restablecer su honor asumiendo la ascendencia de su madre, pero la pasión de su padre será más fuerte y terminará por conducirle a la muerte.
Lo que Balzac retrata con esa minuciosidad decimonónica es la condición mundana de la locura de Claës; esa pasión absurda y desenfrenada que le conduce a la autodestrucción es común, palpable: puede ocurrirle a cualquier persona, en cualquier momento, y es por eso que el autor se recrea en la reconstrucción de atmósferas, en la descripción de ambientes y en la caracterización de personajes. Mediante esa morosidad (baste como ejemplo el que las primeras cincuenta páginas están dedicadas a la descripción del linaje de Claës, su matrimonio y la arquitectura de su casa en Douai) Balzac introduce al lector en una cotidianeidad real, palpable, que convierte la lectura en un proceso de identificación con sus protagonistas.
Quizá la ingente cantidad de detalles sea, en efecto, ajena a esta época nuestra, a la manera de leer (y comprender) contemporánea; no obstante, impresiona el hecho de que uno se vea ante páginas y páginas de descripciones prolijas y no cierre el libro. El quid de esta cuestión es la maestría en el arte de narrar del francés, que maneja con suma habilidad esa acumulación de pormenores y convierte la trama en un ejercicio psicológico, una ascensión desde la respetabilidad de una familia noble hasta la caída en desgracia y la muerte del patriarca, inevitables casi desde el primer instante de la novela, sentidas por el lector desde la primera línea.
Se podría abrir aquí un debate sobre la pertinencia, o perdurabilidad, de esta manera de narrar, que pareciera obsoleta en estos días de rapidez, fugacidad y subjetivismo. La modernidad, según una gran mayoría, pasaría por dejar atrás este tipo de literatura y aceptar (esto es: incluir en los textos) la sociedad tecnológica en la que vivimos; las nuevas formas de comunicación deberían plasmarse de forma escrita, buscando nuevos lenguajes, nuevos recursos, que posibiliten la transmisión al lector de esa «nueva» realidad; y pongo «nueva» entre comillas porque no está uno seguro de que esa realidad sea tan novedosa como quieren hacernos creer. La realidad interior del ser humano no es tan variable como pudiera parecer: los anhelos, las esperanzas, los miedos y los miedos son los mismos ahora como hace doscientos años; el hecho de que Balzac los aborde desde una óptica minuciosa, quizá lenta, no es óbice para que su objetivo se cumpla: el lector comprende lo que se le está contando, se involucra en la trama y se siente partícipe de un universo que tiene características similares a las que él conoce. No dejo de pensar que, pese a ser desusado su estilo, a tener características que lo convierten en una lectura desacostumbrada, Balzac logra comunicar mejor de lo que lo consiguen muchos narradores contemporáneos, que, en su afán de experimentación, malogran historias y personajes en pro de una estructura retorcida, un estilo «moderno» y aséptico que deja al lector frío, ignorante de lo que hay detrás de tal libro. Se argumentará que es ése, precisamente, el objetivo de esta nueva narrativa: lograr la perplejidad, mostrar la condición ínfima de nuestra existencia, y es cierto. Pero el propósito último de la literatura debería ser transmitir algo al lector: no digo un mensaje (no al menos en el sentido tradicional: una enseñanza o una doctrina), sino una idea, un sentimiento o un conocimiento. La asunción de nuestra insignificancia es un proceso que puede darse a través de una lectura que aporte otras cosas, y que no sea una envoltura repleta de oropeles para una caja vacía, como suele ser la norma.
Pero después de tanta perorata, valga una pequeña reflexión final. El detalle, la minuciosidad, la morosidad en la escritura, no son simplemente signos de un estilo decimonónico; pueden llegar a ser elementos que contribuyen a hacer de una lectura una experiencia sensorial completa, como si de una sesión de realidad virtual se tratase. Nuestra contemporánea forma de ver la realidad —que, inevitablemente, interfiere en nuestra forma de leer— nos supone una traba a la hora de acercarnos a este tipo de obras, aun cuando en ellas podemos encontrar un trasfondo (insisto: no se entienda esto como una referencia moralizante o aleccionadora) mucho más enjundioso que el que ofrecen muchas lecturas de hoy día. La atención que dediquemos a obras como «La búsqueda del absoluto» nos será muy bien recompensada; estoy seguro.
Más de Honoré de Balzac:
- La Comedia humana
- Eugénie Grandet
- Las ilusiones perdidas
- La muchacha de los ojos de oro
- La paz del hogar
- La piel de zapa
- El pobre Goriot
- La prima Bette
CLARO LA BÚSQUEDA DE LO ABSOLUTO PARECIERA UNA ABSURDIDAD PERO , NO EL ESTILO, EN QUE LA ESCRIBIÓ, BALZAC, ENTRE MUCHOS OTRAS PALABRAS DE MENOS .
jorge
Difiero con usted en cuanto al concepto del tiempo en el libro. Creo necesaria la cadencia que utiliza el autor y cómo logra en tan poco número de páginas describirnos, no sólo la vida del sr. Claes sino la de esposa, sus hijos y aquellos que aún de forma tangencial forman parte de la de éste. Así mismo nos hace un retrato demoledor de la sociedad que le toca vivir al protagonista, la transformación de sus clases sociales y de sus formas de vida. Y cómo a pesar de haber sufrido una revolución se mantiene intacta. (Me remito al Gatopardo»Algo debe cambiar para que todo sigua igual»)
Nos retrata una sociedad dónde todos se mueven por contraprestaciones sociales, económicas o políticas. Aunque todos entregan su confianza a Margarite, personificación de la nobleza, la superación, la fidelidad.
Nos encontramos con personajes para quién las cualidades que se deben valorar son las sociales, cómo el registrador. O la misma señora Claes que antepone su amor y su posible felicidad a la de sus hijos negando cualquier actitud racional
1. El tiempo lento:. Escuchaba hace poco decir que el futuro de la literatura pasaba por el relato corto, que vendría a ser lo más adecuado para el ritmo frenético de la sociedad actual, así como el tipo de novela que va suministrando imágenes a ritmo de vertigo y que pretenden hacer de nosotros más que un lector, un consumidor o un devorador de páginas. Sin embargo, libros como este demuestran, desde mi punto de vista, primero, que este ritmo es aún necesario en nuestra sociedad y que no es una quimera poder aprovecharlo y segundo que existe la posiblidad de enganchar a un lector, más allá de la trama, a través de un complejo montaje escénico en el que la escena siguiente no haga olvidar la anterior, sino crear una estructura firme que haga que hasta la última línea haga cobrar más valor a todas las restantes.
2.Realidad virtual: conectando con la idea anterior me parece interesantísimo este concepto, en unos momentos, en los que el hombre ya ha comenzado a transitar por dos mundos paralelos y donde tiene igual importancia las lugares comunes que nos aporta por ejemplo internet omnipresente y omnipotente, pero que todavía lucha por desbancar el mundo de los sentidos y sus conquistas tangibles. Balzac, nos muestra como el hombre lleva inmerso en esos mundos ya mucho tiempo, pero con la ventaja de que además, escritores como el saben han sabido incorporar y transmitir como usted mismo dice una experiencia sensorial completa.
3. Moral: a nuestra mirada le puede parecer lejano el trato con que Balzac afronta sin tapujos esta trama. No alineandose de ninguna de las partes (el AMOR o la CIENCIA) el escritor no parece tener miedo en reflejar como los protagonistas muestra en su universo moral la respueta a sus interrogantes. Dificil para nosotros, en una sociedad que ha desterrado de su actualidad el debate moral y ético.
4.Estilo: quizá el problema de esta narrativa tan prolífica en detalles, sea la saturación, pero también la instantaneidad con que nosotros mismos asimilamos la realidad que nos rodea, fruto sin duda de un cerebro y un razocinio cada vez más hecho a la imagen audiovisual. Balzac, sin embargo es capaz de sostenerse sobre esa rémora ante el lector presente y nos hace ver además como detrás de cada imagen existe como dice usted un mensaje que hay que saber (cosa que comunmente no hacemos) filtrar y degustar. En el tiempo que se tarda en leer la novela ¿cuantas imagenes podríamos haber presenciado?, pero bien, ¿cuanto jugo habriamos sacado de ellas? ¿Habría alguna mejor retradada en imagenes que en palabras?
5. Para terminar yo tambien con mi perolata y tras haber elogiado firmemente el libro, decir que es cierto que aun estando de acuerdo con su puntualización de la actualidad de los problemas, es difícil no ver la novela con cierta distancia en el sentido, que se hablan de una estructura social, unas relaciones, unos objetivos vitales que requieren de un viaje consciente y esforzado al año 1834 y que por supuesto y a pesar de todo, recomiendo.
Un abrazo
Magnífica crítica del libro. Con vuestro permiso, la recomiendo en mi blog. Un saludo.
Sr. Molina, me ha gustado tanto su exposición, o perorata, como quiera llamarla, que ahora mismo votaría a favor de que le hagan una estatua ecuestre en una plaza chula, vistosa.
Resalto este fragmento que me parece acertadísimo: «La modernidad, según una gran mayoría, pasaría por dejar atrás este tipo de literatura y aceptar (esto es: incluir en los textos) la sociedad tecnológica en la que vivimos; las nuevas formas de comunicación deberían plasmarse de forma escrita, buscando nuevos lenguajes, nuevos recursos, que posibiliten la transmisión al lector de esa «nueva» realidad; y pongo «nueva» entre comillas porque no está uno seguro de que esa realidad sea tan novedosa como quieren hacernos creer.»
Esto daría para una gran debate, porque extrañanamente hay personas (autores) que creen que el hecho de haber visto la tele o de chatear o escribir un blog es determinante para la historia de la literatura y debe ser reflejado, como si hubiese una especie de salto cualitativo en la especie humana porque uno se haya tragado con gusto barrio sésamo de pequeño. Vamos, una cosa es reflejar la realidad que a uno le rodea y otra pensar que tal cosa (una calculadora, internet o la F1…) son propiciadoras de nuevas formas de entender el mundo y al ser humano. Me parece de coña, y lo peor es que lo he oído tantas veces.
Lo dicho; mil gracias por todas las críticas que disfruto y que no comento. No solo tienen buen gusto a la hora de elegir lecturas, sino que hacen bastante caso a su sentido común, lo que hoy en día es de agradecer.