Naná – Émile Zola

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Naná - Émile ZolaCon su ciclo de los Rougon-Macquart, Zola quiso representar la vida tal cual era durante el Segundo Imperio. Su objetivo era retratar a la sociedad de cuerpo entero, incluyendo en su cuadro a todas las clases sociales, con todos sus vicios y virtudes.

Así, en su novela Naná reflejó un personaje propio de la época: la cortesana, prostituta de alto rango que, en cierta manera, ocupaba una posición privilegiada en la época y que en ocasiones llegaba a tener un gran poder político, aunque siempre en la sombra.

En la novela, Naná triunfa en el teatro debido a sus atractivos físicos. Sin ningún talento, la belleza de la joven es suficiente para granjearle el éxito. Un éxito en forma de protectores ricos que, a cambio de sus favores, pagan sus caprichos y extravagancias.

Precisamente Émile Zola buscaba señalar al teatro como el escaparate donde se exhibía a las mujeres con las que se mercadeaba. Bordenave, el empresario del teatro donde debuta Naná, señala esa realidad con crudeza al insistir en que se llame a su teatro lo que en verdad es: un lupanar.

Naná asume sin pudor su situación: es joven y hermosa y los hombres están dispuestos a concederle cuanto desea. Sin titubeos, se dedicará a explotar sus dones. Pero la joven no tiene cabeza para pensar en sí misma como en un negocio. Aunque tiene como modelo una anciana cortesana que vive retirada en un castillo, honrada y respetada; y también a su rival, Rose Mignon, que administra con buen juicio sus asuntos, la joven es más bien como una plaga que devora cuantas riquezas sucumben a su paso.

Porque, como ocurre casi siempre con las novelas de Zola, Naná no es simplemente la protagonista de esta novela que, en su momento, escandalizó a la sociedad biempensante por su inmoralidad. Naná es un símbolo. El símbolo de la decadencia.

El ansia de riquezas y goces que caracteriza a la hermosa joven es la misma que recorría a la burguesía y a la aristocracia del Segundo Imperio. La moralidad, el bien común, el pasado y el futuro todo podía hipotecarse por el disfrute del momento presente. Ese desenfreno que Naná encarna es el que minaba la sociedad. Y la sociedad, a su vez, está representada por el conde Muffat.

Miembro de la nobleza, ministro cercano al emperador, profundamente religioso, el conde Muffat trata de resistirse a Naná, a la que Zola describe como una fuerza de la naturaleza. Pero acabará cediendo ante ella, tal vez no tanto por lo poderoso de la fuerza a la que se enfrenta, sino por la medida de su propia debilidad.

Naná es impulsiva, generosa, impúdica, sentimental, irascible, excesiva y, casi siempre, tonta de remate. Representa la ruina de la sociedad, la manzana podrida que acaba por pudrir todo el cesto.

Zola pretendió hacer que el triunfo de Naná representara una especie de revancha de las clases bajas, de los desheredados, que con la belleza y lubricidad de sus hijas ponían patas arriba la sociedad que los oprimía. Pero lo cierto era que es la propia sociedad quien, como un heroinómano, tomaba cada vez más y más de la sustancia que la dañaba. Si en vez de a su propio placer la sociedad prestase atención a asuntos de más calado, su devenir tal vez fuera otro.

Sea como sea, Émile Zola dibujó con Naná un (otro) retrato de esa Francia que, por entonces, imponía las modas y las costumbres al resto de Occidente.

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