Con El canto del cisne se cierra la segunda trilogía de las Crónicas de los Forsyte, ciclo en el que John Galsworthy muestra, a través de los acontecimientos que les suceden a sus protagonistas, el devenir de la Inglaterra de los años veinte del siglo pasado. El propio título da idea del final que el autor pone a esta trilogía, en la que hemos ido observando cómo la sociedad británica trata de adaptarse a los cambios producidos tras la Primera Guerra Mundial; el período de entreguerras, tumultuoso y frenético, va poco a poco dejando su huella en unos personajes que no entienden del todo la rápida sucesión de hechos que experimentan.
Como metáfora de esa transformación tenemos a dos de los personajes principales: Soames Forsyte y su hija Fleur. Después de regresar de una vuelta al mundo para olvidar los sucesos narrados en La cuchara de plata, padre e hija se enfrentarán a sucesos del pasado que creían olvidados, pero que inevitablemente les persiguen. Para Soames es la relación con su exesposa y las consecuencias derivadas de su separación; para Fleur será el regreso a Inglaterra de su antiguo amor, lo cual acarreará no pocos problemas.
En la novela se presta una especial atención a esos cambios que suceden tanto en el país como en las vidas de los personajes, mostrando la rapidez con la que acontecen determinados hechos y la imposibilidad de asumirlos para afrontarlos. Es lo que ocurre desde el mismo comienzo con la huelga general de 1926, un hecho que dividió a la sociedad inglesa y que se discutió hasta la extenuación en el parlamento; Michael, el marido de Fleur, asiste a una sesión en la que descubre con cierto asombro que los estadistas parecen «aturdidos» ante los cambios que deben discutir, y se pregunta si en realidad no estarán permanentemente asentados en el inmovilismo, pese a creer que hacen algo por mejorar la situación.
De igual modo, las circunstancias personales de Soames y Fleur se ven sacudidas por acontecimientos a los que creen hacer frente, pero que les superan sin apenas darse cuenta. La relación de Fleur con Jon, su primer amor (al que tuvo que abandonar por una disputa familiar, ya que son primos lejanos), será causa de tristeza, pero también de madurez, ya que la joven empezará a comprender, por vez primera, los rigores de la vida adulta a los que había estado evitando en los dos primeros libros. Soames, por su parte, arrostra el insoslayable paso del tiempo con ciertos miedos y poniendo sus esperanzas en el recto comportamiento de su hija, que a causa de lo anterior le provocará un hondo pesar. El final de la novela, bastante más trágico de lo que cabría esperar, no hace sino poner de manifiesto que todos los cambios, tanto a nivel personal como social, pueden romper con expectativas, esperanzas y propósitos.
Galsworthy, una vez más, teje una obra maestra de contención y eficacia narrativa en la que cada frase, cada palabra, tiene connotaciones que superan la mera literalidad. El tono de la obra es oneroso, incluso triste, en consonancia con el futuro que se adivina en el horizonte (la Segunda Guerra Mundial) y que también influye en las vidas de todos los protagonistas de la saga; el final de la novela actúa también como catalizador para ese cambio brusco y repentino que pronto iba a sacudir Europa, que apenas despertaba del dolor producido por la guerra.
El canto del cisne pone el broche de oro a una trilogía narrativa magistral, con unos protagonistas inolvidables que John Galsworthy supo definir mediante un estilo vigoroso, humano, sensual y evocador. Unos libros que son un deleite para el gusto de cualquier lector que se precie y que, afortunadamente, parece que tendrán continuidad con el resto de las crónicas. Si aún no han tenido la fortuna de acercarse a él, este es el momento.
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