No hay mayor fortuna para un lector que dar de manera inesperada con la novela que quería leer justo en ese momento. Y esa es la fortuna que he tenido con La casa de la alegría.
La casa de la alegría resulta una novela liviana, de lectura muy sencilla, que atrapa fácilmente con las peripecias de la joven Lily Bart, una joven que pertenece a la alta sociedad por nacimiento y educación, aunque no por su cuenta bancaria. De ese desajuste surgen una serie de situaciones interesantes que se desarrollan en el ambiente sofisticado de la buena sociedad neoyorquina y que, a primera vista, giran en torno a la necesidad de la bella Lily de hacer un buen matrimonio.
Pero Edith Wharton trasciende la trivialidad del tema y logra construir una historia interesante por dos motivos: el descarnado retrato de la aristocracia norteamericana de principios del siglo XX que nos presenta sus páginas, y el personaje tremendamente humano de la señorita Bart. Eso aporta consistencia a una prosa sencilla que se ciñe, de manera a veces demasiado parca, a la narración lineal de los hechos y que deja un tanto desdibujados a los personajes secundarios. Una prosa en la que también brillan a veces acertadísimas imágenes que, como alfileres, prenden una emoción o un pensamiento, inmovilizándolos y permitiendo que el lector los contemple y los comprenda de una manera plena.
En La casa de la alegría Wharton describe con maestría la refinada vida de fines de semana en mansiones campestres y temporadas en la Costa Azul, que ella misma conocía de primera mano; pero también descorre el velo de las apariencias para mostrarnos el reverso de esa existencia elegante donde el interés, la envidia y la falsedad se pasean vestidos de seda por los salones.
Las bajas pasiones que mueven a los integrantes del distinguido círculo en el que se mueve Lily Bart la convierten en una víctima, no del todo inocente, arrastrándola poco a poco en un descenso social que la aleja cada vez más, no sólo del grupo al que pertenece, sino también de la vida que ha conocido.
Las gradaciones en la visión del mundo de la señorita Bart son casi imperceptibles en el transcurso de la narración y sin embargo, al terminar la novela, comprendemos cómo se ha alejado de quien era en un principio. Lily Bart no es un personaje reflexivo, de manera que ese cambio no se desprende de manera clara de aquellos pensamientos suyos que la narradora nos presenta, pero ésta logra sugerir un cambio en su visión del mundo en pequeños detalles de manera certera.
Lily Bart desea por encima de todas las cosas asegurarse su permanencia en el círculo aristocrático en que se mueve mediante una buena boda. Su pequeña renta no le permite grandes lujos y ha contraído deudas, pero confía en su imponente belleza para conseguir un marido rico. La joven Lily cree que merece pertenecer a ese mundo y no concibe otra manera de vivir, sin embargo no demuestra firmeza ni decisión para realizar su objetivo de casarse con un hombre rico. Las circunstancias la van llevando por un camino que la aleja cada vez más de la realización de sus planes, pero Lily se adapta a ellas sin demasiadas disquisiciones morales siempre que le reporten la comodidad y el lujo refinado que ella necesita. Y cuando finalmente ese lujo se acaba, lo acepta con resignación.
Aunque de manera muy sutil, la narración nos presenta a Lily como un ser virtuoso que no desea venderse al mejor postor, e incapaz de cometer una bajeza para liberarse de la espiral que la arrastra hacía la periferia de la buena sociedad, pero la impresión es más bien la de que es una persona acomodaticia, débil y sin la voluntad necesaria para trazarse un camino y seguirlo sin titubear.
No obstante Lily alcanza a comprender que sus valores morales, sus aptitudes y sobre todo, sus aspiraciones, son fruto de una educación que le indicó como única meta en la vida brillar en los salones, pero que tiene poca utilidad en el mundo que existe más allá de su círculo, y que en el fondo la ha incapacitado para luchar por lo que deseaba. Mientras, esa sociedad elegante de la que ella tiene absoluta necesidad porque es lo único que conoce, puede perfectamente prescindir de ella. Y de hecho lo hace.
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Seguro que los lectores que disfrutan de «La casa de la alegría» disfrutarán también con «Las costumbres del país» (creo que la acaban de re-traducir con el título «Las costumbres nacionales»). Es una novela con un argumento a lo Henry James sobre una mujer que, en muchos aspectos, es el reverso de Lily Bart. Undine Spragg (la protagonista de «Las costumbres del país») es rica, riquísima, pero su riqueza es de origen mercantil y no tiene, por nacimiento, una red de relaciones sociales. Su lucha por el ascenso social tendrá consecuencias devastadoras.
Es muy interesante leer estas dos novelas seguidas. Hay elementos de comparación muy evidentes (las dos narran la historia de una mujer en una sociedad principalmente de hombres; Lily Bart va hacia abajo y Undine hacia arriba; ambas tratan de mujeres que, por razones de dinero, no terminan de encajar en la aristocracia, etc….), pero los lectores atentos disfrutarán también de la sutileza con la que Wharton trata el problema de fondo de ambas novelas: el papel (pasivo en «La casa de la alegría», activo en «Las costumbres») de la mujer en la sociedad cambiante.