Edith Wharton es conocida como la narradora de las familias aristocráticas de la Norteamérica de la Belle Époque. Se podría decir que es también una narradora de lo femenino, eligiendo a menudo mujeres como protagonistas de sus obras —como la Lily Bart de La casa de la alegría—. Y sin duda demostró también interés por la mujer como madre, casi siempre desde la perspectiva de cómo se desenvuelve la relación entre una mujer adulta y sus hijos ya mayores.
Encontramos ese tema en Santuario y en El hijo de la señora Glenn, y volvemos a encontrarlo en la novela que hoy nos ocupa, La renuncia; novela que tiene además las otras dos características propias de la narrativa de Wharton: una mujer como protagonista y a las familias patricias de Nueva York como ambiente.
Kate Clephane abandonó veinte años atrás a su rico marido, huyendo de la vida opresiva de la alta burguesía neoyorquina. Su vida seminómada posterior, deambulando por Francia entre los grupos de expatriados con un pasado oscuro que ocultar, tampoco resulta sencilla para Kate. Un día recibe un telegrama de su hija Anne, a la que dejó con un año de vida, pidiéndole que regrese a casa.
Kate acude a la llamada de su desconocida hija para encontrarse con una alta sociedad mucho más tolerante de la que abandonó décadas atrás. Cuando su hija la coloca al frente de su casa, como si nunca se hubiera marchado, todo su antiguo círculo de relaciones la recibe sin preguntas ni reproches. Sin nada que temer de los extraños, Kate puede dedicarse a descubrir quién es su hija y a restablecer con ella su truncada relación maternal.
Wharton peca aquí de cierta candidez: madre e hija pasan a quererse de manera automática sólo por el hecho de ser madre e hija. No hay reticencias, no hay resquemores, no existe el sentimiento lógico de prevención ante un extraño. El deseo de sus voluntades de apreciarse desde un primer momento, para luego irse conociendo poco a poco, parece bastar para que ambas mujeres establezcan una relación cordial.
Kate Clephane se deja absorber cada vez más por su papel de madre. De hecho, Kate considera que el hecho de haber abandonado su hogar, así como todas sus experiencias posteriores, han sido en el fondo la preparación que necesitaba para poder ejercer con responsabilidad su tarea de madre.
En cualquier caso, para ella supone un enorme alivio no ser más que “la madre de”. Oculta tras su hija, Kate disfruta de la tranquilidad hasta que la joven Anne decide prometerse en matrimonio. La señora Clephane tendrá buenos motivos para oponerse al matrimonio de su hija, y con esa oposición se iniciará una sutil intriga que tratará de impedirlo.
Sin embargo, La renuncia no es una novela de intrigas de salón, sino que desarrolla con pericia el conflicto interior de una mujer acosada por las circunstancias y por la necesidad de tomar una decisión. El desarrollo de ese conflicto concede a Wharton la oportunidad de exponer algunas reflexiones interesantes sobre la maternidad.
Madres e hijas son cada una de ellas parte de la consciencia de la otra, en distintos grados y de distintas formas, pero con la sensación compartida de algo que siempre ha estado ahí. Una madre auténtica no es para sus hijos más que un hábito del pensamiento.
Es evidente que Wharton se acomoda en La renuncia a los juicios sobre la mujer de su tiempo, cuando una madre, sólo por el hecho de serlo, debía postergarse siempre en beneficio de sus hijos. Es de hecho en ese postergamiento donde la madre, incluso la mujer en general, debe buscar su realización. Pero esa realidad no le resta valor a una obra interesante, algo predecible en algunos aspectos, pero con el marchamo de una de las mejores escritoras de la literatura norteamericana.
Más de Edith Wharton:
- La casa de la alegría
- El día del entierro
- El diagnóstico
- La edad de la inocencia
- Francia combatiente
- Las hermanas Bunner
- El hijo de la señora Glenn
- Madame de Treymes
- Santuario
- Xingú
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