La maestría de Joseph Conrad para poner de manifiesto en su obra los entresijos más oscuros del alma humana alcanza unas cotas de magnificencia incomparables en Nostromo; la cantidad de matices y sutiles recovecos psicológicos que se presentan en esta novela es impresionante, tanto por su profundidad como por su realismo. Tanto el personaje que da nombre al libro como algunos de los demás que aparecen se presentan con una complejidad honesta, manejada mediante una prosa que dice mucho más entre líneas de lo que parece; una prosa de fuerza descomunal que nos arrastra, como el destino arrastra a los protagonistas, sin que apenas podamos oponer resistencia. El desenlace no es importante en absoluto, ya que el viaje que hace evolucionar a todos los personajes es lo que convierte a esta novela en una obra maestra de contención, penetración psicológica y sutileza narrativa.
Nostromo es el capataz de cargadores en el puerto de Sulaco, una pequeña ciudad que sirve como refugio comercial en la (imaginaria) República de Costaguana, en América Central. En aquel lugar se dan cita varios personajes que tratan de labrarse su fortuna de mejor o peor manera: el dueño de la mina de plata, Charles Gould, cuyo padre murió tratando de prosperar en ese remoto paraje; el joven Martín Decoud, un idealista petrimetre cuyas ideas liberales europeas le envenenan la mente; el tabernero Giorgio Viola, renegado garibaldino cuyo desprecio por la tiranía es solo comparable a su amabilidad para con los suyos; o el doctor Monygham, hombre de doloroso pasado cuyas lealtades no parecen nada claras. En ese microcosmos multicultural estallará una revolución cuando un general golpista usurpa el poder y se prepara para conquistar la provincia y apoderarse de sus riquezas, encarnadas en esa mina que el extranjero Mr. Gould explota con el consentimiento del gobierno. La guerra, las rivalidades ancestrales, las traiciones y los secretos se desencadenarán en una historia que nos muestra cómo se enfrentan los seres humanos a sus peores demonios, ya sean reales o imaginarios.
Conrad utiliza Costaguana como una metáfora de la sociedad: un pequeño universo en el que tenemos a personajes honrados, venales, traicioneros, idealistas o cobardes; personajes cuya evolución es sutil, apenas perceptible, porque están condenados a ser víctimas de sí mismos. El desarrollo de la historia va parejo a la caída en el abismo de casi todos ellos, abocados a un destino que pocos son capaces de evitar. Nostromo es un aguerrido y leal capataz, pero su orgullo hará de él una marioneta en manos de intereses superiores y harán que su existencia se vea enturbiada por la renuncia a sus principios. Al igual que él, otros personajes se enfrentarán a sus debilidades en la tesitura de esa revolución que es mucho más que una simple lucha de poder en un contexto social; el autor pone de manifiesto los hilos que se mueven tras las bambalinas de un enfrentamiento como ese, que distan mucho de ser simples aspiraciones políticas. Mientras Charles Gould maniobra con sus recursos como un estratega sutil, sabedor de la fuerza de sus posesiones, Martín Decoud se arriesga por unos principios espurios que, en realidad, solo esconden una vanidad mal entendida. Aunque no todos los protagonistas de la historia tienen un final desgraciado, los desenlaces de sus historias particulares son dolorosos, ya sea por las consecuencias de sus actos o por la imposibilidad de ser contrarios a sus naturalezas. Lejos de convertirse en seres más seguros, o de aprender de la experiencia, casi todos los desgraciados participantes de esta aventura descubren que la personalidad que tenemos nos define de una forma indeleble y, a menudo, peligrosa.
Nostromo es una novela ejemplar, colosal, de una magnitud que exige una segunda lectura para acercarse mejor a cada sutileza que Joseph Conrad coloca a lo largo de sus páginas. El amor, la muerte, la traición, el dolor, el deseo o el orgullo campan a sus anchas en una obra que trasciende la mera aventura para tornarse una metáfora de la ignorancia humana frente a sus propias debilidades. Si no han tenido la oportunidad de leer a Conrad, no se me ocurre mejor texto con el poner fin a esa situación.
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