Eugene Pickering es un relato corto que Henry James publicó en 1874 en la revista Atlantic Monthly y que incluyó más tarde en la primera de sus recopilaciones de historias breves. Como en casi todas sus primeras obras (aunque son motivos recurrentes en toda su literatura) el relato se sitúa en un marco extranjero —Alemania— y muestra las diferencias casi antagónicas entre norteamericanos y europeos, si bien muy matizadas y, en algunas ocasiones, caricaturizadas.
El protagonista que da nombre al cuento es un joven inteligente y apocado que ha vivido toda su vida bajo la severa vigilancia de su padre, que le ha educado para convertirse en un perfecto caballero y ha evitado que se sumerja en el «gran mundo» para evitar que se contamine de vicios o ideas malsanas. Su control llega hasta el punto de concertar el matrimonio del muchacho con la hija de un comerciante amigo suyo, por lo que, a la muerte de su progenitor, Eugene se ve obligado a mantener ese acuerdo y viajar hasta Esmirna, lugar de residencia de la chica. En Homburgo, donde se detiene unas semanas antes de arribar a su destino, se reencuentra con el narrador del relato, un antiguo amigo de la infancia que asiste al desarrollo de esta peculiar historia. Eugene se ve seducido por los encantos de una viuda excéntrica, la señora Blumenthal, y empieza a considerar la posibilidad de contradecir los deseos de su difunto padre para contraer matrimonio con ella, pero, como en casi todas las obras de James, nada es lo que parece y la trama se complicará hasta una resolución con cierta sorpresa.
Fiel a su estilo, el autor construye una historia donde lo que importa es el carácter de los personajes y su forma de actuar: de hecho, y como es habitual en otros de sus textos, el narrador que James utiliza no es demasiado confiable y proporciona su personal punto de vista. Así, Eugene se dibuja como un hombre culto e inteligente, pero bobalicón e inocente, lo cual (al menos a ojos del narrador) constituye un peligro para su educación social. Los cambios que irá sufriendo a lo largo de la narración, pasando de la inopia casi pueril («Estoy lleno de impulsos», afirma cuando se encuentra con el narrador, «pero, no sé por qué, no estoy lleno de fuerza.») hasta la comprensión cabal de su entorno y de la sociedad en la que se desenvuelve, harán que su entidad como personaje aumente hasta dotarle de complejidad. Eugene será el ejemplo de que el universo social en el que se mueven los protagonistas del texto es tan estricto como voraz, inclemente con aquellos que se convierten en depredadores.
La libertad que ansía Pickering es necesaria (al menos para hacerle madurar), pero también ilusoria, ya que en realidad no le permite apartarse de los caminos que otros marcan para él, ya sea su padre o la señora Blumenthal; la posibilidad de actuar sin constricciones es —parece insinuar James— casi imposible, ya que de un modo u otro estamos obligados a claudicar antes normas, imposiciones, costumbres o tópicos. La ironía del asunto, como ocurre en muchas obras del autor, es que Eugene cree alcanzar una sabiduría especial, aunque no deja de ser una marioneta dentro de ese inmenso teatro que es la sociedad: el hecho de contemplar su peripecia a través de los ojos del sagaz narrador hace que nos demos cuenta de los dobleces de toda la situación, ya que su ironía nos permite entender lo que se oculta tras la apacible apariencia de normalidad.
Eugene Pickering no deja de ser una obra menor dentro de la producción de Henry James; un relato en el que se prefiguran varias características que más adelante explotará con maestría (la visión sesgada, el narrador poco confiable, los escenarios cosmopolitas…), pero que aquí se perfilan con inseguridad y poca maña. Con todo y con eso, el texto es delicioso a ratos y la historia no deja de ser interesante: James es un maestro de la prosa y eso es algo que enaltece cualquiera de sus obras. La cuidada edición de Contraseña hace el resto. Un pequeño placer.
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Me pareció una pequeña joya. El final es uno de los más conmovedores que he leído. Siempre recuerdo este libro con una sonrisa melancólica.